By Cookin'Up | Published | No hay comentarios
Hace varias semanas le pregunté a un amigo, cuya opinión respeto honestamente, que le había parecido este blog después de leerlo, me dijo que a pesar de que le había gustado, echaba de menos en él que se hablara más de cocina, que parecía más un espacio personal que una página gastronómica, y no le puedo quitar ni un ápice de razón a sus palabras que, como corresponde, eran fruto del respeto mutuo y no podía dejarlas pasar sin al menos la reflexión debida.
Es muy cierto que desde que Cookin’Up nació, ha sido más un personaje, un alter ego, que una crónica de las verdades de la cocina que últimamente se han vuelto tan alegóricas y pseudocientíficas que, no me merecen el precio de una conexión a internet y mucho menos el de mi tiempo, como para pararme ni un minuto en ellas; prefiero quedarme en sus mentiras, en aquellas que, cuando era poco más que un chaval de media barba, me hicieron abrazar el acto de cocinar como una forma de comunicación personal e intransferible, y no como una vulgar suma de ingredientes tan medidos y cronometrados que no dejan ni el más mínimo espacio a la duda ni a la interpretación; como cuando en la escuela te enseñaban a contar las sílabas de un verso y a reconocer una sinalefa, para una perfecta declamación, aunque no tuvieras ni puta idea de qué cojones había querido decirte alguien que, aunque había dejado este mundo antes de que nacieras, ya sabía que tú vendrías para ser depositario de sus mensajes y que, de alguna manera, su palabra seguiría viva en ti. Recuerdo la de veces que suspendí la asignatura de Literatura, por no saber diferenciar entre un alejandrino y un endecasílabo, un soneto o un romance, pero no olvidaré nunca como las Nanas de la Cebolla, me partieron el alma en dos la primera vez que las leí.
No menosprecio la técnica, soy consciente de que la repetición y la constancia son la base de cualquier oficio, pero me queda igual de claro que la intuición, la imaginación y la memoria sensitiva son ejes fundamentales de una profesión como la nuestra. No me gusta hablar de la cocina como arte pero, me encanta relacionarla con la poesía, me gusta pensarme un cocinero de verso libre, porque soy consciente de que sin la ayuda de Miguel Hernández, de Machado, de Kavafis, Bob Dylan, León Felipe y un buen montón de amigos con los que gusto de reunirme en la intimidad de mis momentos de asueto, no hubiera sido capaz de traducir el mensaje vital que, de manera intrínseca, contienen los alimentos que intento transformar en ideas.
Cuando pienso en las personas a las que quiero, mi pareja, nuestros hijos, mis hermanos, los pocos amigos que me quedan… Siempre deseo para ellos que no se apague su luz sin que al menos una vez en la vida, las mentiras de algún poeta hayan encendido el fuego de su corazón hasta que su piel brille como la del mismo Apolo. Yo no sé escribir poesía, pero he mentido mucho, quizá eso pueda servir.
Disfruto mucho de mis charlas nocturnas con Pessoa, yo le hablo de cocina y él me explica que estas llamas no arrojan luz, sino oscuridad visible, casi siempre, el viejo León Felipe nos acompaña y toca para nosotros su gastado violín, le gusta recordarnos que la vida es una escuela y que, al final, cuando el blanco cubra nuestras cabezas como las nieves de Enero cubren las altas montañas, también seremos virtuosos y quizá entonces veamos la cara de Dios; suele venir dos veces por semana, Miguel, contento porque su hijo crece fuerte, porque lo amamanta una cebolla con forma de luna, pero que trae tres heridas, la del amor, la de muerte y la de vida, porque se le fue su amigo Ramón Sijé, yo le digo que pronto se verán cerca del almendro de nata para hablar de sus cosas. A veces tenemos la suerte de contar con Trotsky, que no es poeta, es un dialéctico, pero da igual, a nosotros nos gusta mucho hablar. Lorca nos cuenta sus largas noches en el Sacromonte, donde la fiesta es tal, que el lagarto deja de llorar. Lo cierto es que lo pasamos de lujo y no falta nadie, Antonio y Manuel (Machado), Aleixandre, Safo, Quevedo, Pérez Galdós, Baroja, Goytisolo, Gil de Biedma, Nicolás Guillén, Neruda, Bukowski, Whitman, Woolf, Homero, Allan Poe, el maestro Santamaría, que sabe de la vida y de los fogones… La lista de invitados es larga y de lo más interesante. Con todos ellos he aprendido muchas cosas, pero la que más he agradecido es una: Es cierto eso que dicen los matemáticos de que la belleza se rige por la Ley de la Proporción Áurea, sí, esa que establece la disposición de las formas en los cuerpos en una asimetría de 1,6 veces, pero que esta misma ley se queda en la nada, si ese cuerpo no es el continente de un corazón ardiente y dispuesto a vivir y una mente sedienta de aprendizaje y sensaciones, creo recordar que esto, es lo que las personas religiosas suelen llamar alma… O algo así.
No sé si esto es una forma de entender el oficio de cocinero, o puede que solo responda a mi propia incapacidad para asumir y digerir el mundo en el que vivo, pero es una forma de vivir de lo más divertida, que tengo la fortuna de compartir con la persona que escribió los versos más finos en cada una de las curvas de su piel para que yo pudiera leerlos el resto de mi vida, la misma que me recordó a que saben las Naranjas de la China.
Algo que no he dicho es que para pertenecer a es este exclusivo club, hay que haber fallecido, yo como presidente y fundador estoy exento de esta norma, además de que no estoy por la labor de darle la razón a quien celebró mi entierro antes de tiempo. Os dejo como siempre con un poco de música de alguien que hace poco entró a formar parte de este grupo, el fue trovador y poeta, contaba que Federico le enseñó a escribir… Que envidia del gran Leonard Cohen (aunque yo tenga mi propia Suzanne),
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