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Si no te gusta tu vida…

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He tenido la oportunidad de volver a ver la serie documental, de la Vida al Plato, presentado por Juan Etxanobe y que han producido Mediaset y Amazon sobre la historia de los restaurantes referencia del país, aunque a la serie le sobra un poco de sentimentalismo y sobre todo de misticismo, me gusta mucho y he pasado unas horas muy agradables de visionado, principalmente, porque me ha recordado lo mucho que me queda por aprender. La primera temporada consta de ocho episodios de unos 45 minutos en los que visita las casas de cocineros que, para el presentador, son pilar de la gastronomía española, Lera, Noor, Etxebarri, Echaurren, Solla, Camarena, etc. Ni que decir tiene que espero que graben nuevas temporadas dedicadas a los muchos establecimientos que se han quedado en el tintero y que, por derecho propio, se han ganado un lugar en esta producción. El primer capítulo, como no podía ser de otra manera, habla del Celler de Can Roca y se centra en la historia personal de los hermanos que convirtieron un pequeño bar de extrarradio en el mejor restaurante del mundo, según la lista de The World’s 50 Best. Sin tener la suerte de conocer de primera mano lo que hay de verdad y de leyenda en el relato que se presenta, no puedo negar que me emocionó de la misma manera que consiguió hacerlo Ratatouille, la película de animación de Disney que, a mi entender, va mucho más allá de una historia para niños, especialmente para aquellos que en su momento hicimos de cocinar una manera de vivir. Para mí han pasado casi treinta años desde que tomé esa decisión, me gusta contar que, la primera vez que entré en la cocina, fue para echar una mano el fin de semana pero que, ese par de días, se me terminaron alargando un poco, exactamente veintisiete años, durante todo este recorrido ha habido muchos puntos de inflexión y uno de los más importantes fue la película de la rata cocinera y de esta, la frase del chef Gusteau, “Cualquiera puede cocinar”, desarrollada al final del filme por el riguroso crítico gastronómico Antón Ego:

«En el pasado, jamás oculté mi desdén por el famoso lema del chef Gusteau: ‘Cualquiera puede cocinar’, pero al fin me doy cuenta de lo que quiso decir en realidad: cualquiera no puede convertirse en un gran artista, pero un gran artista puede provenir de cualquier lado. Es difícil imaginar un origen más humilde que el del genio que ahora cocina en Gusteau’s, y quién, en opinión de este crítico, es nada menos que el mejor Chef de Francia«

La serie de Amazon reafirma lo que el analista galo explica en su crítica, restaurantes que con humildes orígenes consiguen alcanzar las más altas cotas de calidad y reconocimiento, algo con lo que sueña cualquier cocinero profesional, no podemos negar que, si un dia aparece una reseña en prensa que hable de nosotros como habla del talentoso roedor, se nos iría la olla del todo, a mí, estoy seguro de que me pasaría.

Cuando era un adolescente jamás imaginé que acabaría siendo cocinero, una profesión que ya tenía mi hermano mayor y que nunca me había generado un especial interés, pero cuando las circunstancias me empujaron, por necesidad, a entrar en este mundo pensé que sería algo coyuntural, sin embargo, poco a poco me vi atrapado en un extraño mundo de autoexigencia que convirtió un fin de semana en más de la mitad de mi vida. Si tuviera que hacer balance de todo este bagaje, puedo decir sin mentir que me siento bastante afortunado, a pesar de las grandes dificultades, de los momentos de frustración y de ansiedad, he recibido mucho de esta profesión, rigurosidad, análisis, creatividad, autoestima y autocrítica. De manera bastante autodidacta, un chaval sin estudios ni formación académica, puede llamarse a sí mismo profesional cualificado y consolidado, invirtiendo esfuerzo y trabajo he podido acumular una buena cantidad de conocimientos que además han sido adquiridos de forma bastante empírica, mediante la técnica de ensayo y error, por inconsciencia o por valor, siempre he sido capaz de saltar por encima del miedo a equivocarme y me he atrevido a poner en marcha lo que mi imaginación me ha dictado, sin duda, de eso me siento muy orgulloso.

Cuando haces balance, es obvio que todo no sale positivo, si eres lo suficientemente objetivo encontrarás aspectos de tu trabajo en los que seguro no has alcanzado el nivel de efectividad deseado. En mi caso particular, la asignatura pendiente ha sido la gestión de los recursos humanos; cada vez que me ha tocado ser el responsable de alguna cocina he suspendido con malas notas ese módulo y después de pensarlo mucho llego a la conclusión de que, en gran parte, ha sido por mi falta de capacidad para entender cierto tipo de cuestiones muy importantes de las relaciones humanas en el ámbito laboral. Hace unos días tuve acceso a la documentación de un curso impartido por una gran empresa de recursos humanos (AKA Empresa de Trabajo Temporal) que funciona en todos los países de la OCDE. Lo reconozco, lo que he leído, me ha trastocado la puta cabeza, sobre todo, porque no me queda más cojones que asimilar que una organización especialista en la gestión de personas y que dispone de todo un ejército de analistas, psicólogos, pedagogos y experimentados coachs, no puede estar muy equivocada. Por mucho que a mí me pueda molestar que me traten como a un gilipollas, parece ser que el gregarismo imperante en nuestras sociedades avanzadas obliga a aceptar esta regla, si la mayoría acepta ser tratada como si fueran idiotas, tu única alternativa será ser la excepción que deba confirmar esta regla. Me asustan en estos métodos más por su impresionante efectividad que por su evidente crueldad.

Otro gran estudio sobre el comportamiento humano, lectura recomendada.

Durante la segunda mitad del siglo veinte se profundizó mucho en la investigación en las llamadas ciencias sociales, es famoso el informe Kinsey sobre los comportamientos sexuales en humanos, también el de Maslow y su conocida pirámide que establece las necesidades físicas y emocionales según su prioridad. Fueron muchos los estudios de este tipo que, en los años 50 y 60, se financiaron desde fundaciones que pertenecían a grandes empresas privadas que tomaron buena nota de toda la información obtenida y empezaron a aplicar esos conocimientos en la gestión de sus recursos humanos. En todo el mundo anglosajón se produjo una verdadera revolución empresarial que trajo consigo un cambio de estrategia a la hora de aprovechar las interacciones humanas en el trabajo, la figura del empresario paternalista se transformó en una imagen de líder incuestionable al que admirar, los compañeros de trabajo ya no eran tales, de pronto, eran competidores para conseguir el puesto que tu deseabas… En resumen, se le puso un collar muy brillante y llamativo al mismo perro de siempre, conscientemente de que una gran parte de la parroquia se fijaría más en la alhaja que en el can, tal fue la eficacia de estas nuevas medidas que rápidamente se acabaron implantando en todo el mundo occidental. No dudo de la buena fe de esos investigadores, sí me da que pensar la forma en la que se han utilizado sus estudios y las consecuencias de una mala aplicación de estos.

Siempre que me da por pensar en estas cosas me acuerdo de la película Cadena Perpetua (The Shawshank Redemption, titulo original), protagonizada por Tim Robbins y Morgan Freeman, aunque tiene un final feliz, es una hermosa pero triste historia que relata la vida de varios personajes distintos en el cruel sistema penitenciario estadounidense. Cuando Brooks Hatlen (James Whitmore) consigue, después de muchos años de condena, la libertad condicional tiene un ataque de pánico y acaba atacando a uno de sus compañeros con el objetivo de que no lo sacaran de prisión, este episodio le sobreviene por el miedo que le da enfrentarse a un mundo que ya no conoce después de cincuenta años redimiendo su delito en la institución de Shawshank; Andy (Tim Robbins) tremendamente sorprendido por lo que había sucedido, le pregunta a Red (Morgan Freeman) por las razones que han conducido a Brooks a hacer esto. Red le responde que el viejo reo se ha “institucionalizado”, lleva tanto tiempo entre los muros de la cárcel que se ha convertido en parte de ella; Andy le promete a Red y así mismo que a él no le sucederá eso.

No me resulta difícil extrapolar de algún modo estas secuencias del largometraje a lo que veo en muchos centros de trabajo, personajes que se han diluido tanto en su espacio laboral que han perdido por completo su propia identidad como personas. A veces, da la impresión de que la tan soñada estabilidad nos trae el riesgo de acabar “institucionalizados” y que, el más mínimo cambio en nuestro entorno nos genera una sensación de pérdida imposible de superar. He conocido a much@s Brooks Hatlen a lo largo de mi experiencia profesional aunque, lo peor es que no son ancianos presos asustados, la gran mayoría son gente de mi edad que lleva ya algunos años en su mismo puesto de trabajo pero que han criado un culo tan gordo y estreñido que cualquier ocasión es buena para protestar por la más mínima tontería y cualquier excusa es buena para estar de mal humor; son estos personajes además, muy siniestros, detrás de una fachada de nobles intenciones y un insoportable comportamiento sentimentaloide, gozan del chisme a oscuras, de la crítica gratuita e inútil a sus compañeros/as y disfrutan cual gorrinos en charcas de la sumisión a aquellos que, según su opinión, puede hacer peligrar su puesto, por cierto, justamente esa fue la excusa que dio Hans Frank, gobernador nazi de Polonia, cuando le preguntaron como un hombre de profundas convicciones cristianas como él, había podido participar voluntariamente en el exterminio de millones de judíos y prisioneros políticos en los campos de exterminio de dicho país, cuando el psicólogo de las fuerzas aliadas le propuso esta cuestión en una entrevista el prisión temporal de Bad Mondorf, él contestó: -“No querría perrderr mi puesto”-. No sé si se entiende el símil. Lo más desagradable de estos personajos, es, además que se escudan en sus derechos como trabajadores para ser más vagos que un rey mago y jamás bajo ningún concepto ayudar a un compañero de equipo, me pregunto qué pensarían tantos obreros y sindicalistas represaliados durante tantos años para conseguir la dignidad de la clase trabajadora.

Hay quien me ha afeado una frase que suelo decir mucho, si no te gusta tu vida, cámbiala. Hazlo, aunque sea a riesgo de perder lo que puedas tener porque, a lo mejor, lo que tienes es lo que hace que no te guste tu vida. Si decides no hacerlo por favor no des la brasa, haz tu trabajo y vete a tu casa con tu sueldo, pero no obstaculices la tarea de los demás con tus quejas y con tu oscuridad, nada visible, a la que quieres arrastrar a todos los que te rodean y, si tienes problemas con tu empresa y no te atreves a afrontarlos, no lo pagues con tus compañeros de equipo.

Hoy voy a terminar con un poema de Pere Quart, escrito en catalán durante los años de la Guerra Civil que fue interpretado muchos años más tarde por Loquillo y María del Mar Bonet, muy adecuado para el tema que toco hoy.

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