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Mamá, quiero ser artista (Si no tengo que trabajar muchas horas… y tengo los fines de semana libres…)

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Son muchos días los que me pregunto que es lo que empuja a nuestros mozalbetes a querer empezar una carrera profesional como cocineros cuando se inscriben en la gran cantidad de escuelas de hostelería que han proliferado a lo largo del territorio español desde la primera década del siglo XXI.
Desde que empecé a ejercer como jefe de cocina y tuve entre mis responsabilidades la formación de los ayudantes y pinches que han formado parte de mis equipos de trabajo, he asistido a ver como muchos abandonaban el camino para dedicarse a otra profesiones, ora por la conciencia de las escasas recompensas reales que ofrece este oficio, ora por el elevado cómputo de horas necesarias para realizar un trabajo que será engullido y deglutido en escaso minutos, ora por multitud de razones todas absolutamente realistas y razonables.
No se puede negar, ser cocinero tiene mucho de espartano, aun desprovistos de la capa carmesí y de la espada corta, cada servicio, es nuestra particular Batalla de las Termópilas en la que un Leónidas(que aquí ejerce de jefe de cocina…) al frente de un pequeño grupo de valientes ayudantes, se prepara para afrontar la riada de clientes que a modo de grandes cohortes persas se disponen a ocupar todas y cada una de las sillas del restaurante. Solo hay lugar para los valientes y la única recompensa será un final glorioso. Así, al menos es la forma en la que yo he vivido este oficio. Hay algo que siempre ha despertado en mi la sensación de estar si no muy equivocado, bastante desacertado, en mi concepto personal de lo que significa ser cocinero, me sucede a menudo, cuando he intentado transmitir a alguno de los chicos y chicas muy jóvenes a los que he dirigido este mismo criterio, que inmediatamente su gesto se torna incrédulo y su mirada me hace creer que yo mismo estoy hablando en griego o sánscrito.
Me gustaría aquí aludir a mi buen amigo y compañero de oficio La Despensa de Marx (Guille, como yo lo conozco) y al post El Efecto MasterChef publicado por el mismo en su blog El Hombre que susurraba a las Morcillas (Que leo a menudo), hablando sobre el efecto que este programa y otros de la misma onda, ha producido sobre los futuros aspirantes a chef e incluso entre muchos comensales que emulan a mi gran admirado Pepe Rodriguez y a sus compañeros de jurado, Jordi Cruz(Un crack, en mi opinión) y Samanta Vallejo-Nájera, cocinera también de gran criterio. Si, a mi tambien me encanta el programa. Personalmente, creo que ni aspirantes ni aquellos que actúan como insignes magistrados sentados en nuestros restaurantes, han sabido entender de que va realmente esta historia.
A veces veo a chavales jovenes, curriculum en ristre y ataviados de una chaquetilla que en muchos aspectos les viene grande, queriendo sustituir al propio Jordi en su titulo de cocinero mas sexy de la tele, sin pararse a pensar que el gran honor que ostenta realmente es el primero, el de cocinero, independientemente de haber sido bendecido o no con un mejor  o peor aspecto físico, la calidad de su trabajo y el reconocimiento obtenido por ella, le avalan, pero no sé por que, muchos de estos novicios, se centran más en su segundo galardón(que no estrella), el de más sexy, ignoro si piensan que las estrellas Michelín las otorga la Cosmopolitan, la sección de cocina sana de la revista Hola o los tertulianos del Salvame Deluxe. Os voy a revelar un gran secreto, da igual lo sexy que puedas ser, o sabes cocinar en el sentido más amplio de la palabra o prepara el petate por que aquí no hay sitio para los mediocres. así de sencillo y diáfano. El camino es largo y el reconocimiento llega en muy contadas ocasiones y en algunas, ni siquiera llega.
No te confundas amig@ iniciad@, sigue este camino solo si estás dispuesto a dar el todo por el todo, solo si de verdad descubres que con un comandero lleno y una legión de camareros exigiendo sus platos, eres feliz. Si no eres capaz de sentir ese momento enardecido por el ardor guerrero  y la ética propios de un ciudadano de Esparta… Entonces, no sigas, déjalo antes de sea demasiado tarde y te conviertas en otro amargado tirano de los que andan por ahí con chaquetillas de poliester machacando cualquier muestra de talento que se encuentran a su paso, para que su propia carencia no se haga tan absolutamente evidente. Si eres capaz de entender en toda su dimensión la belleza etérea de un bocado, entonces sigue adelante, aprende, imagina y trabaja, por que este viaje te lleva a una Ítaca que no defrauda, y por mucho que lestrigones y cíclopes, o el salvaje Poseidón intentaran detener tu barco, tarde o temprano divisaras las costas de la mítica isla, que sencilla y serena te acogerá para siempre en su elíseo.
Para los doctos comensales y sabios magistrados, poca cosa, que critiquen todo lo que les parezca, pero que no dejen de ir a los restaurantes, por que los cocineros, aunque muy espartanos, también pagamos hipoteca.
A modo de banda sonora aquí os dejo a Los Suaves, desde luego esta vida me va a matar…

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